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EL SALON DE REINOS

 El Salón de Reinos del Palacio del Buen Retito de Madrid, estaba  concebido para proclamar el poder y la gloria de Felipe IV, hoy es el actual Museo del  Ejército.

La decoración del Salón de Reinos  fue dirigida por Velázquez; realmente  actuó como arquitecto y decorador

Velázquez había recibido el encargo de pintar una serie de cinco retratos ecuestres de la familia real, allí se colgaron los cuadros ecuestres de Felipe III,  de su esposa la Reina Margarita de Austria, de Felipe IV, de su esposa la reina Isabel de Francia  y del hijo de ambos el príncipe Baltasar Carlos.

Colocados, a un lado y otro del trono, a la cabecera del Salón, los de Felipe III y doña Margarita; a los pies del Salón, a los lados de la puerta principal, los de Felipe IV y doña Isabel y el retrato ecuestre de Baltasar Carlos en la sobrepuerta,  como saltando por encima de la cabeza de los visitantes, de un tamaño menor y con un punto de vista mucho más bajo.

Los estudios técnicos realizados en el Museo del Prado indican que los cinco retratos ecuestres fueron pintados al mismo tiempo y con la misma preparación.

 

Primer retrato


Felipe IV, a caballo1635. Óleo sobre lienzo, 303 x 317 cm.  es el único de los retratos ecuestres realizados para el Salón de Reinos que contiene una declaración de autoría. En su ángulo inferior izquierdo se despliega una hoja de papel. Se trata de un recurso habitual en la historia de la pintura para la alojar la firma del pintor, se encuentra en blanco.

Es un método que utilizaría Velázquez en otras ocasiones, como en La rendición de Breda o el retrato ecuestre de Gaspar de Guzmán, conde duque de Olivares, por cuanto el artista, en este caso, se hace responsable del cuadro entero. Es una imagen en la que se subrayan las responsabilidades militares del monarca, coincidiendo con el discurso de carácter eminentemente bélico que dominaba en el Salón de Reinos.

Aparece, al igual que su padre, montando un caballo en corveta y llevando bengala, banda y armadura, con lo que compone una imagen llena de autoridad y firmeza.

Existen, sin embargo, sutiles diferencias respecto al retrato paterno, aparte de las muy notables que se refieren a la calidad pictórica. El entorno ha cambiado: no es el fondo marítimo de Felipe III o el ajardinado de Margarita de Austria.

Se encuentra en riguroso perfil. Esa perspectiva, o el hecho de que el monarca en vez de mirar al observador (como hace su padre) dirija su vista al frente, crean un clímax en el que se mezcla la serenidad con la majestad.


Segundo Retrato


 Isabel de Francia (Mujer de Felipe IV) 1635 pintado por Velázquez.  La reina está representada de perfil en este caso vistiendo un jubón con estrellas bordadas y una saya bordada en oro con sus armas e iniciales.

El caballo, presentado al paso, es un overo con largas crines que caen sobre la cabeza y que mira hacia la izquierda con la intención de que la obra guardase simetría con el cuadro de su esposo que mira hacia la derecha.

Los animales favoritos de Velázquez eran el perro y el caballo, con los que estaba bastante familiarizado por su asistencia a las monterías del rey.

Este cuadro estaba destinado a colocarse a la derecha del retrato ecuestre de Felipe IV. En esta pareja de retratos se puede encontrar un juego de diferencias y semejanzas similar al que también se aprecia en los retratos ecuestres de Felipe III y su mujer.

En ambos casos el pintor ha cambiado el color del caballo de la reina con respecto al del rey: si el de Felipe IV es pardo, la piel de éste es de extraordinaria blancura. Igualmente la reina no tiene que dominar y reprimir los impulsos del animal, sino que se deja llevar a paso tranquilo.

 Otro de los aspectos que subrayan que estamos ante dobles parejas de cuadros con muchas relaciones entre sí es el extraordinario protagonismo que es éste adquiere, al igual que ocurre en el de su suegra, tanto la gualdrapa que protege el caballo como el traje que viste la reina, uno de cuyos motivos decorativos principales es la repetición continua del anagrama de su nombre, revelan una mano diferente a la de Velázquez, pero probablemente distinta también de la del autor de las telas del retrato de Margarita, como se aprecia especialmente si comparamos el tratamiento de ambas gualdrapas. La del caballo de Isabel está descrita de una manera mucho más precisa y detallada que la de la montura de la reina Margarita, que está mucho más abocetada.

 

Tercer retrato

 


El príncipe Baltasar Carlos (Hijo de Felipe IV)
Pintado en 1635  por Velázquez, se colocó en el Salón de Reinos, en un hueco sobre la puerta entre los cuadros de sus padres, el tamaño era algo menor.

El príncipe, de seis años, monta una jaca/ caballo obeso vista desde abajo, al estar destinado el cuadro a un lugar elevado, lo que produce una evidente deformación en el animal, si se ve desde otro punto de vista, debido a la perspectiva

 El cuadro fue pintado con muy poco pigmento, extendido en capas casi transparentes aplicadas directamente sobre la preparación blanca, que queda a la vista en las montañas todavía nevadas. El príncipe y el caballo fueron pintados antes que el paisaje, de modo que su figura se recorta con nitidez.

Está erguido sobre su silla, al estilo de la monta española, en actitud de nobleza; en la mano derecha lleva la bengala propia de general que se le concede por su rango de príncipe real. Viste un jubón tejido de oro, un coleto, un calzón verde oscuro y adornado con oro, botas de ante, valona de encaje y sombrero negro con una pluma.

De la figura del niño lo más destacable es la cabeza, un trabajo extraordinario que indica la madurez en el oficio. Los críticos sostienen que esta cabeza es una de las cumbres de la pintura de todos los tiempos.

El tono de la cara es pálido, el cabello es de un rubio que contrasta con el negro mate del chambergo. También destaca el gran sombrero de fieltro negro sobre la cabeza del Príncipe, que según estudios científicos de radiografía, se ha observado que es algo posterior a la primera idea de acabado del cuadro; algo muy propio en Velázquez, pero más que como un "arrepentimiento", se especula como un añadido solicitado por la Casa Real.

Abundan los dorados con brillo: cabello del príncipe, correaje, silla de montar, mangas y flecos de la banda.

El paisaje del fondo es clásico en Velázquez, sobre todo el cielo, que se ha dado en llamar cielo velazqueño. El pintor conocía bien esos parajes del Pardo y de la sierra de Madrid.

A la izquierda se ve la Sierra del Hoyo. La montaña nevada que se ve al fondo a la derecha es el pico de La Maliciosa; a su lado Cabeza se Hierro, todo en la Sierra de Guadarrama, visto desde el extremo norte de los montes del Pardo. Parece primavera a juzgar por los tonos verdes suaves de la vegetación


Cuarto retrato 


Felipe III (Padre de Felipe IV)
Un encargo efectuado a Velázquez ya en 1628 y para el que se sirvió como modelo de un retrato previo de Bartolomé González.

Velázquez debió de confiar su ejecución a un pintor que, conociendo la técnica velazqueña, era más minucioso que él en su forma de trabajar. El mismo pintor, y quizá por indicación de Velázquez, rectificó la posición del brazo del monarca y posteriormente Velázquez llevó a cabo algunos retoques, rehaciendo el caballo y añadiendo toques de luz con algunas veladuras sobre el vestido del rey. Más tarde, como demuestra la posición que ocupa un antiguo número de inventario, se añadieron dos bandas perfectamente visibles a los lados a fin de que el cuadro tuviese las mismas dimensiones que el de Felipe IV. Al hacerlo, quizá ya en el siglo XVIII y al pasar los cuadros al Palacio Nuevo, se ocultaron algunas zonas de paisaje que habían sido pintadas por Velázquez. En 2011 el cuadro ha sido presentado ya restaurado, sin dichos añadidos, por lo que vuelve a verse en su formato original, al igual que su pareja, La reina Margarita.

Felipe III aparece arrogante sobre un caballo en corbeta, luciendo en su sombrero la famosa perla «Peregrina». La figura se recorta sobre un fondo de montañas y cielo nuboso que acentúan la sensación de profundidad. Sus antecedentes pueden encontrarse en Tiziano (Carlos V en Mühlberg) y en el Retrato ecuestre del duque de Lerma de Rubens, del que recuerdan los tirabuzones de las crines del caballo, cuyo escorzo es típicamente barroco


 Quinto retrato


Margarita de Austria (Madre de Felipe IV)
 fue pintado entre 1634 y 1635 por Velázquez, como ocurre con el retrato de su esposo, este de la reina Margarita es obra de Velázquez con amplia participación del taller. Sobre el modelo surgido del taller, Velázquez repintó con toques muy sueltos los arreos del caballo, inicialmente muy detallistas.

La misma fluidez de los trazos se observa en la remodelación de la cabeza de la reina, pero el proceso fue inverso en las crines del caballo como también en alguna zona del paisaje, ocultándose en la remodelación general del cuadro pinturas subyacentes ejecutadas con técnica más suelta y quizá del propio Velázquez. En fecha posterior, y probablemente ya en el siglo XVIII, se le dio un formato horizontal mediante el añadido de dos bandas laterales. Esta alteración, visible a simple vista, fue revertida en 2011, al igual que en su pareja, Felipe III a caballo, al hilo de una restauración general de la obra, por lo que vuelve a verse sin añadidos, en su formato original.

La figura de la reina aparece con un recargado vestido destacando dos famosas joyas que pertenecieron a los Austrias: la perla conocida como  La Peregrina y el  diamante cuadrado llamado El Estanque.

El caballo, presentado al paso, mira hacia la izquierda con la intención de que la obra guardase simetría con el cuadro de su esposo que mira hacia la derecha.

Los caballos que pinta Velázquez en estos retratos son una mezcla del caballo frisón, fogoso y con brío, y el caballo resistente y con pesadez de formas.

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